¿Por qué los traumas son inolvidables?
María Casado y Noelia Parra
La niñez es una etapa decisiva de la vida. Las impresiones físicas y psicológicas que se reciben durante esa etapa dejan huellas duraderas en el cerebro. Por eso los traumas de la infancia cambian la personalidad y su influencia se prolonga a lo largo del tiempo.Esto no quiere decir que no se puedan superar, o en el peor de los casos que no se puedan superar en una medida razonable. Que alguien haya vivido una infancia difícil no quiere decir que no se pueda llevar una vida feliz. Sin embargo, esto suele requerir procesos terapéuticos o de una elaboración personal profunda.
¿Pueden las experiencias modificar la estructura física del cerebro?
Sí que pueden, las heridas psicológicas sufridas en la infancia dejan una huella biológica duradera, que persiste en el cerebro adulto y a su vez cambia el comportamiento a uno mas agresivo. Hay muy poca activación de la corteza orbitofrontal. Esto, a su vez, redujo su capacidad para moderar sus impulsos negativos. Además, esta reducción de la activación vino acompañada por la sobreactivación de la amígdala, una región del cerebro que está implicada en las reacciones emocionales.
Los científicos midieron los cambios en la expresión de ciertos genes en el cerebro. Se centraron en los genes que están involucrados en comportamientos agresivos, para los que existen polimorfismos que predisponen a sus portadores a una actitud agresiva. El gen MAOA aumentó en la corteza prefrontal. Esta alteración fue vinculada a un cambio epigenético; es decir, la experiencia traumática terminó provocando una modificación a largo plazo de la expresión de este gen. Finalmente, se trató de ver si un inhibidor del gen MAOA, en este caso un antidepresivo, podía revertir el aumento en el comportamiento agresivo de las ratas, inducido por el estrés juvenil.
Uno de los puntos críticos en el mecanismo de afectación es, el cerebro.Se detectan diferencias en el tamaño y la forma del cerebro. El estrés provoca la expresión de una hormona que produce un menor desarrollo de las neuronas en zonas asociadas con la toma de decisiones o el hipocampo (un área dedicada a procesar las emociones y los recuerdos). El estrés provoca un menor desarrollo del hipocampo y el córtex prefrontal deriva en adultos típicamente más sensibles y tendentes a sobre-reaccionar ante las adversidades, generando aún más estrés.
Estos traumas también afectan al desarrollo de la microglía, un mecanismo cerebral de limpieza y defensa, lo que provoca un desequilibrio que se traduce en cambios de humor y menor control del mismo. Un niño que sufre traumas infantiles muestran una menor cantidad de conexiones entre el hipocampo y el cortex prefrontal, así como con la amígdala. Esto, en la vida adulta, equivale a posibles problemas de afectividad y empatía con la pareja. También pueden terminar en graves trastornos de ansiedad y depresión severa.
En un estudio llevado a cabo tras los atentados del 11 de setiembre en Estados Unidos, un equipo de psicólogos entrevistaron a personas que habían vivido en primera persona el terrible suceso poco después de que se produjera y recogieron sus testimonios. Al cabo de un año, volvieron a entrevistarse con aquellas personas y vieron que sus recuerdos se habían modificado en un 37%. Tres años más tarde, el 50% de sus memorias sobre aquel fatídico día eran distintas. Se mostró que las historias se habían fortalecido; pero en otros, algunos individuos incluso afirmaban estar en otro lugar distinto cuando cayeron las torres. Era como si aquel recuerdo traumático se hubiera corrompido y transformado, a pesar de que ellos no eran ni tan siquiera conscientes de ello.
En conclusión, los traumas infantiles actúan sobre el comportamiento de los niños, provocando cambios a la larga. Esto puede causar secuelas en los adultos y ser inseguros en muchas situaciones por miedo de que vuelva a ocurrir. Desde nuestro punto de vista seria buena idea que algún día, se puedan tratar los efectos de un trauma infantil y evitar sus dolorosas consecuencias a la larga.
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